martes, 25 de marzo de 2014

Vuelta a las andadas

Tuve que volver al laberinto. Porque cuando no es suficiente estar bien, tienes que destruir del todo lo que en algún momento te atormentó. Y yo sentía que una parte de mí seguía allí. Si no eres capaz de resolver todas las respuestas, mejor acabar con la pregunta. Pero nada sigue igual que cuando te vas. Los caminos que tan bien aprendidos tenía de tanto recorrerlos habían cambiado por completo, pero entré igualmente. Y no se cómo acabé encontrando un lugar que conocía muy bien, el mismo en el que me perdí. Allí conocí a mucha gente que desde fuera se quedaban a hablar conmigo, se ganaban mi confianza. Me hacían sentir un poco menos sola. No me atrevía a salir del laberinto, cada día que pasas ahí dentro va consumiendo tu energía y pierdes toda las fuerzas y esperanza. Ellos me hablaban, nos reíamos, me hacían sentir que no estaba allí atrapada. Aunque tampoco lo sabían. Estaban fuera de ese juego. Pero luego se iban, nunca más volví a saber de ellos. Menos un día. Que alguien decidió quedarse conmigo hasta que me dormí. Y cuando me desperté a mitad de la noche seguía allí, como en los cuentos. Me volví a dormir, y a la mañana siguiente ahí estaba. Me iba hablando para tranquilizarme mientras intentaba salir de ese maldito lugar. No me daba la oportunidad de tomarme un respiro para pensar, para ponerme nerviosa y abandonar. Ya no tenía la necesidad de volver a rebuscar en todo lo que perdí allí. Y cuando salí por fin, ni siquiera pude pararme a darle un abrazo y agradecerle que me ayudara. Sólo me fui, corriendo. Porque me daba más miedo el daño que pudiera hacerme toda esa ayuda desinteresada que quedarme sola torturándome con mis propias convicciones. Una pena, sí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario